José Javier González
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Apenas me aupaba al 27, corría al asiento de madera
junto a quien gobernaba la palanca mágica del estruendo,
el Conductor de gorra y rígido uniforme.
A su envidiada merced, el tranvía eléctrico trabaja y sube,
rueda y se dobla para caber, resopla persiguiendo el fin.
Transporte de inocente apariencia,
baja majestuoso hasta un momento elíptico,
el terrible Silencio de la parada.
Ahí es donde resonaba: vuelve y dame la mano, que es la nuestra …