domingo, 5 de octubre de 2008

Tranvías eléctricos

Bonde da Rua Direita, São Paulo. Archivo Augusto de Azevedo


Oswald de Andrade

(1890-1954)
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TRANVÍA


Se anunció que São Paulo iba a tener tranvías eléctricos. Los tímidos vehículos tirados por burros, que cortaban la modorra de la ciudad provinciana, iban a desparecer para siempre. Nunca más veríamos, en la bajada de la ladera de San Antonio, frente a nuestra casa, el tranvía bajar solo, equilibrado por el volante del conductor. Y el par de burros siguiéndolo. Una fiebre de curiosidad tomó las familias, las casa, los grupos. ¿Cómo serían los nuevos tranvías que andaban mágicamente, sin impulso exterior? Yo tenía noticias, por el negrito Lázaro, hijo de la cocinera de mi tía, venida de Río, que era muy peligroso ese asunto de la electricidad. Quien pusiese los pies en las vías se quedaría allí pegado o sería destrozado fatalmente por el tranvía… Un amigo de casa informaba: El tranvía puede andar hasta a velocidades de nueve puntos. Pero ahí se produce una disparada de todos los diablos. Nadie aguanta. ¡Es capaz de saltar de las vías! Y matar a todo el mundo… La ciudad adquirió el aspecto de revolución. Todos se conmovían, intentaban ver. Y los más aventurados querían llegar hasta la temeridad de entrar en el tranvía, ¡hasta andar en el tranvía eléctrico!