jueves, 8 de enero de 2009

El tranvía es una imagen


Fernando Sanmartín
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PEQUEÑO DIBUJO SOBRE LO IMBORRABLE

El recuerdo tiene sus disfraces, sus bayetas, sus armarios sin llave y sus cajas de caudales. Pero hay recuerdos, al menos para mí, que son circunferencias en las que uno siempre está dentro. Eso me sucede cuando regreso a una época donde mi ciudad estaba adornada de tranvías y yo, siendo niño, subía en ellos como quien asciende en un globo aerostático.
El tranvía es una imagen. Y es mucho más. Por eso recuerdo los tranvías de mi infancia (sobre todo, los de la línea plaza de España-Venecia), la publicidad que llevaban («Cocinas Corberó», «Centenario Terry», «Cinzano», «Quien calcula… compra en Sepu»), sus billetes con alguna instrucción («consérvese hasta final de trayecto»); y me veo queriendo ser, en algún momento, uno de esos muchachos que se agarraban a la parte trasera exterior para viajar sin billete, acariciando el peligro y la felicidad o ensayando un monólogo breve con lo prohibido.
Desaparecieron los tranvías de mi ciudad. Fue una pérdida. Luego conocí los de Lisboa, que me llevaron al barrio de la Alfama y a Belém; los de Amsterdam, durante unos lejanos días en los que el amor era un estuche hermoso que guardaba otro estuche hermoso; o los que recorren las calles de Heildelberg o de Strasbourg (en éstos, me sorprendió lo que figura en sus vagones: Pour voyager l´esprit tranquille, pensez á oblitérer votre ticket sur le quai avant de monter dans le Tram).
Alguna vez viajo por Zaragoza, mi ciudad. Utilizo ojos de botánico o de violinista ante una partitura mediocre. Y echo en falta los tranvías, sus raíles, una señal que me hable de que existieron. Los echo en falta porque me gustaría, de nuevo, subir en ellos y mirar de otra manera, mirar como un niño desde su columpio o como un hindú en su espacio sagrado, para luego decir, y decirme, cosas que ya no digo.

Viajes y novelerías
AMG Editor, Logroño,2004, págs, 19-20