El chico de las cejas de media luna le informó que debían tomar un tranvía. Aquello sorprendió a Ryuji, pero no puso objeción alguna: comprendía que para unos muchachos de aquella edad era importante el escenario. Nadie hizo ademán de apearse hasta la última parada, en Sugita, lejos y al sur de la ciudad.
—¿Eh, adónde me estáis llevando, chicos? —preguntó repetidas veces, como si el asunto lo divirtiera. Había decidido pasar el día con ellos y no convenía mostrarse molesto en ningún caso.
[…]
Una vez apeados del tranvía, los chicos empezaron a remolcar a Ryuji hacia una carretera que se internaba en las colinas.
—Eh, un momento —protestó—. Nunca he oído hablar de ningún dique seco en las montañas…
—¿No? En Tokio, sin embargo, el metro circula por encima de las cabezas.
—Bien, ya veo que no soy contrincante digno de vosotros.
Ryuji dio un respingo y los chicos aullaron, enteramente satisfechos de sí mismos.
Yukio Mishima
El marino que perdió la Gracia del mar
Bruguera, Barcelona, 1980
Traducción de Jesús Zulaika Goicochea
Págs. 179 y 180.
—¿Eh, adónde me estáis llevando, chicos? —preguntó repetidas veces, como si el asunto lo divirtiera. Había decidido pasar el día con ellos y no convenía mostrarse molesto en ningún caso.
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Una vez apeados del tranvía, los chicos empezaron a remolcar a Ryuji hacia una carretera que se internaba en las colinas.
—Eh, un momento —protestó—. Nunca he oído hablar de ningún dique seco en las montañas…
—¿No? En Tokio, sin embargo, el metro circula por encima de las cabezas.
—Bien, ya veo que no soy contrincante digno de vosotros.
Ryuji dio un respingo y los chicos aullaron, enteramente satisfechos de sí mismos.
Yukio Mishima
El marino que perdió la Gracia del mar
Bruguera, Barcelona, 1980
Traducción de Jesús Zulaika Goicochea
Págs. 179 y 180.