sábado, 12 de diciembre de 2009

Como si fuera un tranvía entumecido

S y l v i a P l a t h
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La campana de cristal
Para Jesús Aguado
Miren lo que puede ocurrir en este país, dirían. Una chica vive durante diecinueve años en un pueblo ignorado, tan pobre que no puede siquiera comprar una revista, y entonces gana una beca para la universidad, un premio aquí, otro allá, y termina conduciendo Nueva York como si fuera su propio coche.
Sólo que yo no conducía nada, ni siquiera a mí misma. No hacía más saltar de mi hotel al trabajo y a fiestas y de las fiestas al hotel y de nuevo al trabajo, como si fuera un tranvía entumecido.
Pág. 11

Boston
El doctor buscó la mano que colgaba a mi lado derecho y la estrechó.
—Bueno, la veré la semana que viene.
Los olmos frondosos, íntimos, formaban un túnel de sombra sobre las fachadas de ladrillos amarillos y rojos de la Avenida Commonwealth y un tranvía se encaminaba a Boston por sus delgados, plateados rieles. Esperé a que pasara el tranvía, luego crucé hacia el Chevrolet gris que estaba junto a la acera opuesta.
Podía ver el rostro de mi madre ansioso y amarillento como una rodaja de limón mirándome por la ventanilla.
—Bueno, ¿qué dijo?
Cerré la puerta de un tirón. No cerró bien. La empujé hacia afuera y tiré de ella de nuevo dando un fuerte portazo.
—Dijo que me verá la semana entrante.
Mi madre suspiró.
El doctor Gordon cobraba veinticinco dólares la hora.
Pág. 208

Estaba parada al final del largo tramo de escalera mirando desde lo alto los edificios de ladrillo rojos que cercaban un cuadrado lleno de nieve, preparándome para tomar el tranvía de regreso al sanatorio, cuando un joven alto con gafas, con un rostro más bien feo, pero inteligente, se me acercó y dijo:
—¿Podría, por favor, decirme la hora?
Le eché un vistazo al reloj:
—Las cuatro y cinco.
Pág. 353

Subrepticiamente apliqué un nuevo trozo de toalla blanca a mi herida, pensando que tan pronto cesara de sangrar, tomaría el último tranvía de vuelta al sanatorio. Quería cavilar acerca de mi nueva condición en perfecta paz. Pero la toalla volvió a salir negra y goteando.
Pág. 360

—Seguramente regresará. Algo debe de haberla demorado.
Pero yo no veía qué podía haber demorado a Joan en la inofensiva noche de Boston.
La doctora Quinn sacudió la cabeza.
—El último tranvía pasó hace ya una hora.
—Quizá regrese en un taxi.
La doctora Quinn suspiró.
Pág. 368


Sylvia Plath, La campana de cristal
Edhasa, Barcelona, 2008
Traducción de Elena Rius