Camino al atardecer por el Kurfürstendamm. Me pego a la pared como los perros. Estoy solo, pero tengo la corazonada de que es la providencia quien me guía. A veces me veo en la obligación de bordear con cuidado una verja tras la que hay un jardín. Está prohibido el paso. Envidio a los tranvías, que pueden deslizarse libres y rápidos pore le césped verde que hay en medio de las vías. Han plantado la hierba expresamente para ellos, como si fueran animales traídos a Berlín desde una naturaleza verde y exuberante, y hubiera que recrear, de modo parecido a lo que ocurre con los animales del zoológico, una mísera parte de su hábitat.
Joseph Roth, Crónicas berlinesas
Minúscula, Barcelona, 2006. Traducción Juan de Sola Llovet. Pág.155.