sábado, 12 de mayo de 2012

La que tomó el tranvía equivocado


David Toscana
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LOS PUENTES DE KÖNIGSBERG

Basta, dice Blasco, esto ya no me entretiene. Antes me contabas historias sobre muchachas desconocidas. Por mí estaba bien la suerte de la que iba por tortillas, o la que su patrona vendió por celos, o la que tomó el tranvía equivocado, o la que fue a repasar la lección con su maestro; pero estas seis, y sobre todo Juliana

 
En las vías rechinaba el tranvía número dos que había recogido su pasaje en la terminal ferroviaria y se dirigía a la Kaiser-Wilhelm-Platz. Andrea se volvió un punto intermitente que a ratos se perdía entre la gente y a ratos volvía a aparecer, cada vez más pequeña y con paso más lento hasta que viró a la derecha en Sattlergasse.

 
Me tomó del brazo y me condujo al parapeto. Mantente aquí sobre la acera o cualquier tranvía de estos acabará por cortarte en pedazos.


 
Se informaba de la catedral abatida, de que ni una iglesia quedó intacta, del castillo en llamas, de edificios habitacionales en ruinas, fábricas, bodegas y talleres dañados, la universidad hecha polvo, las vías de tranvía retorcidas; pero no se mencionaban los puentes.

 
Un par de años atrás habían arrancado de las calles de Monterrey los carriles del tranvía, pues en la guerra el acero vale más que el oro.

 
Dicen que Königsberg ya no es Königsberg, que ahí no viven prusianos ni se habla alemán ni se piensa ni se escribe en alemán, no hay águilas orgullosas sino hoces y martillos, el lago está orinado, las calles tienen otros nombres y las palabras, otras letras; los tranvías corren sin aceite y los edificios los barrieron para levantar bloques con arrogancia pero sin elegancia.


Los puentes de Königsberg, Alfaguara, México, 2009. Págs. 91, 98, 102, 104, 211.