martes, 8 de diciembre de 2015

La cochera de los tranvías


Peter Handke 
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ENSAYO SOBRE EL LUGAR SILENCIOSO 

DURANTE LOS AÑOS en los que estudiaba en la universidad, el váter como lugar de asilo perdió importancia. En vez de él vinieron cada vez más edificios, espacios y lugares. Y en estos ya no tenía que entrar físicamente. Por regla general bastaba simplemente con que viera «el objeto que necesitaba». Este podía ser un cobertizo, en alguna parte, para guardar herramientas, la cochera de los tranvías, un autobús que había quedado vacío durante la noche, un búnker subterráneo, aunque estuviera medio destruido por un ataque de sabe Dios qué guerra.


AVECES ESTOS MOMENTOS de ocultamiento y protección se encontraban solo mirando al suelo, al adentrarse uno con la mirada en las vías del tranvía, a la vista de la arena y las hojas que había allí. Entonces esto se convertía en un lugar silencioso, aunque el mismo tiempo se oyera el sonido estridente de la campana del tranvía y aunque en la curva, que estaba cerca las ruedas arañaran las vías produciendo un chirrido como nunca lo hubiera hecho una tiza gruesa sobre una pizarra. Metiéndose en estas vías y olvidándose de uno mismo, unas vías en las que no había nada a excepción de arena y hojas, uno se sentía dentro y sin que nadie pensara en uno (por una vez un «uno» así está en su sitio), sin querer propiamente refugiarse dentro de una hoja marchita, enrollada, que es lo que quisiera un yo de un poema de Hermann Lenz.

Peter Handke, Ensayo sobre el lugar silencioso, Alianza Literaria, Madrid, 2015. (Págs. 41-42) Traducción de Eustaquio Barjau