Manuel Chaves Nogales
(1897-1944)
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Constantinopla parecía entonces la ciudad de los muertos. Andábamos entre ellos como la cosa más natural del mundo. En el centro de la ciudad ha habido siempre cementerios. En el mismo Cassim había uno enorme. En Tatavola había muchos diseminados entre las viviendas, y a ellos iban los turcos fanáticos a orar ante las tumbas mientras la gente iba y venía a sus quehaceres. Por todas partes se veían, además, unas casitas de una planta, como capillitas, a través de cuyas ventanas se descubría una pieza iluminada por una lamparilla de aceite que alumbraba un féretro, encima del cual aparecían frecuentemente un capote militar y un casco como únicos ornamentos d aquella especie de cripta, hasta que llegaban los campanillazos de los tranvías, los gritos de los vendedores ambulantes y las risas de los niños que jugaban en las calles.
El maestro Juan Martínez que estaba allí,
Libros del asteroide, 2007. Pág, 21