A LOS CABELLOS DE LA AMADA
A veces huelen a cansancio, a veces
a copa perfumada, a rama en flor,
a ducha apresurada, a golpe de aire
al subir al tranvía.
Tienen la luz de la mañana, tienen
el resplandor cansino de lámparas
del metro, el brillo límpido
de una hoja verde. Y cuando
los acaricio, ofrecen al dorso de la mano
el tacto eléctrico del raso,
se desmadejan como un haz de juncos,
se abren como la tersa superficie
de un remanso a la cuenca de la mano
que toma de ellos agua para saciar la sed.
A veces los ocultas o los atas,
como si contuvieras el exceso
de ser tú misma, o como si quisieras
recluirte en ti misma, no ceder
al afán de la luz por traspasarte,
no arder en ti. También, a veces, dejas
que desanude yo la cinta
que los retiene, que me embriague en ellos,
que mis dedos los peinen,
que busque en ellos, como
quien revuelve la arena en que ha caído
una joya preciada,
su raíz y su origen,
la tersa flor del pensamiento,
la luz que los enciende desde dentro de ti.
DIARIO DE BENAOCAZ, Pre-Textos, Valencia, 2010,