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El día empieza con un momento de poesía, cuando brilla el primer rayo de sol, pero después llegan las largas horas de la penosa mañana. Suenan los despertadores, las soñolientas madres preparan el café para sus inconscientes polluelos. La señora Helena acude en el primer tranvía al servicio de desratización de la ciudad.
En la belleza ajena, Pre-Textos, 2003, pág. 131