En carnaval, el abuelo invitaba a todos los nietos a asistir al desfile de carrozas desde el balcón del almacén. Por aquellos tiempos, Via Roma estaba pavimentada con deliciosas baldosas de madera, sobre las cuales los cascos de los caballos de tiro no resbalaban, y estaba atravesada por las vías del tranvía eléctrico. El abuelo nos procuraba un adecuado suministro de confeti, pero nos prohibía tirar serpentinas, especialmente en los días húmedos: corría la leyenda de un niño que, tirando una serpentina mojada por encima de la catenaria del tranvía, se había electrocutado.
Primo Levi, El oficio ajeno.
Traducción Antoni Vilalta.
Primo Levi, El oficio ajeno.
Traducción Antoni Vilalta.
El Aleph Editores, 2011, págs, 213-214.