(1900-1938)
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EL NIÑO PERDIDO
Los tranvías entraban en la plaza y se detenían por unos instantes, como juguetes rotos, en su vieja y conocida formación en ocho, cada quince minutos. Al otro lado, un carro tirado por un jamelgo cadavérico traqueteaba sobre los adoquines frente a la tienda del padre de Grover. La campana del edificio del Tribunal anunció solemnemente que eran ya las tres. Y todo siguió exactamente igual, como siempre.
«Palace», modelo diseñado para la Espoición Universal de 1904 en Saint Louis, Missouri, por la compañía American Car
Una tarde fuimos al centro… Creo que nos habíamos escapado de casa… Mamá estaría fuera, en algún lugar… Y Grover y yo tomamos el tranvía y llegamos al centro… Y, Dios mío, creíamos estar viajando a algún lugar… Por aquellos días a eso lo llamábamos un viaje… Un paseo en tranvía era en aquel entonces una cosa sensacional… He oído que ahora toda esa zona está llena de construcciones nuevas… Así que nos subimos al tranvía en la avenida King e hicimos el trayecto completo hasta la zona de los negocios de Saint Luois… Nos bajamos en la calle Washington y caminamos de arriba abajo… Y, vaya, chico, te aseguro que aquello nos pareció lo más grande.
Le dije que no lo sabía, pero que la casa estaba en una esquina, y que la avenida King se encontraba a una o dos manzanas, y que un tranvía pasaba a media manzana o así de donde vivíamos.
«¿Y qué tranvía era?», preguntó el hombre mientras me miraba.
«Uno interurbano», dije.
Entonces el hombre me miró primero a mí, y, a continuación, al otro hombre que venía con él, y finalmente dijo: «No conozco ningún tranvía interurbano».
Le dije que era una línea que pasaba detrás de las casas y que había cercas de madera y césped junto a las vías.
Le dije que creía que la línea atravesaba el barrio por detrás de las casas, pero, no sé por qué, fui incapaz de explicarle que en aquel entonces era verano y se notaba aquel olor: a madera y alquitrán, y que una especie de ausencia se quedaba en la tarde después de que pasara el tranvía.
«¿Y qué tranvía era?», preguntó el hombre mientras me miraba.
«Uno interurbano», dije.
Entonces el hombre me miró primero a mí, y, a continuación, al otro hombre que venía con él, y finalmente dijo: «No conozco ningún tranvía interurbano».
Le dije que era una línea que pasaba detrás de las casas y que había cercas de madera y césped junto a las vías.
Le dije que creía que la línea atravesaba el barrio por detrás de las casas, pero, no sé por qué, fui incapaz de explicarle que en aquel entonces era verano y se notaba aquel olor: a madera y alquitrán, y que una especie de ausencia se quedaba en la tarde después de que pasara el tranvía.
Saint Louis, Mo, foto J.R. Eike, 1914
Yo me sentaba y escuchaba. Podía oír la chica de la casa vecina en medio de sus lecciones de piano, podía oír el tranvía que pasaba entre las cercas de los patios, a media manzana de distancia, y podía oler el aroma seco y vulgar de las cercas, el olor agrio del pasto caliente junto a las vías, el olor de la brea, de las traviesas, el olor de las brillantes gastadas bridas del tranvía. Podía sentir la soledad de los patios en la tarde y la sensación de ausencia cuando el tranvía había pasado.
Me había sentado allí hechizado por la palabra mágica: «ciudad», hechizado por el tranvía y por todas las cosas que iban, venían y se iba y volvían otra vez, como las sombras de las nubes que pasan sobre el bosque que no se pueden capturar.
El niño perdido, Periférica. Cáceres, 2011. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas.
Págs. 8, 63-64, 73, 81, 86
Págs. 8, 63-64, 73, 81, 86