viernes, 21 de diciembre de 2012

Tranvía ausente

Dmitry Polgar 


Tranvía ausente 
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Elías Moro Cuéllar 

Ha debido de llover o nevar hace un rato. O está a punto de hacerlo, quién sabe. Hay una gélida costra en el cielo que trasmite un frío húmedo a los ojos de quien contempla la imagen. El tranvía —ausente luciérnaga, oruga huida, reptil de hierro en fuga— ha dejado tras su paso, en medio de los raíles, una silueta femenina a contraluz con un pie medio borroso y en suspenso, un paraguas que ha olvidado cómo cerrarse cuando ya es inútil, algunas leves presencias al fondo en medio del cruce desolado y gris. 
     Aún se sospecha un rumor de temblores en el aéreo y electrificado acero donde a veces se posarán vencejos para sentir una vibración repetida, no muy distinta a sus exactos, frenéticos aleteos. 
      Cuando esa mujer (¿hacia dónde va, quién la espera, cuál el porqué de ese luto?) acabe de pasar ante el objetivo, es posible que vuelva a llover. O a nevar. O que otra distinta luz, más cálida, alumbre una vaga melancolía y la fije, perenne e indeleble, en la memoria.