sábado, 16 de febrero de 2013

La chirriante oruga


Éric Faye
(1963)
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LA INTRUSA

Tu vida se extiende entre el fracaso y el éxito. Entre el hielo y la subida de la savia. Esto es a lo que daba vueltas en el tranvía hace una semana; pero esta mañana, pensar que tal apreciación podría ser errónea hace que me sienta eufórico, aquí, en el mismo asiento del tranvía, frente al mismo decorado urbano. El vehículo desciende, devora paradas, devora, parada tras paradas, seres humanos silenciosos y pensativos, empeñados en descifrar sueños que superan su entendimiento. ¿Vivirán más intensamente dormidos que despiertos? Después de un rosario de estaciones que sé de memoria, Kankodori, Edomachi y Ohato, Gotomachi y luego Yachiyomachi y Takaramachi, bajo y cojo otra línea. A veces hago el último trayecto a pie, pero esta mañana, entre la pereza y la prisa… En cuanto salgo de la chirriante oruga, las cigarras toman el relevo mientras avanzo bajo los árboles.


Tras las palabras de la mujer que se había instalado en mi casa, cuya declaración, transcrita en su totalidad, tenía ante mis ojos, oía lejanas sirenas de ambulancia, los graznidos de los grajos y el trémolo de los tranvías a la hora punta. 


Apagué el televisor, que dejó el salón sumido en la penumbra, y me quedé escuchado los ruidos: tranvías camino de la cochera, la lejana circulación, cigarras intermitentes, los arpegios del viento en los bambúes y, luego, gotas de lluvia pesada como el tiempo.

Éric Faye, La intrusa, Salamandra, Barcelona, 2013.
Traducción de José Antonio Soriano Marco. Páginas 20, 49 y 61.