jueves, 16 de enero de 2014

A los segundos estaba el tranvía vacío


No hace muchos meses iba Hoyos y Vinent con su sordera gentil, su sombrero de fieltro arrugado entre las manos y su monóculo bailando un «son» africano sobre la nariz aquilina, en uno de los viejos tranvías que arrastran gente por la ancha calle de Alcalá hasta la Puerta del Sol. No sabemos por qué motivo, la gente empezó a sonreír. El escritor, a observar. Los ojos se clavaban en él como flechas indianas. Las sonrisas se le enroscaban como largas serpentinas molestas en un Carnaval plebeyo. El escritor inquirió, con sus ojos azules de niño grande, a tantos ojos que lo asaeteaban. Se repitieron las carcajadas en su rubia faz de sajón españolizado. Hoyos y Vinent, cuerpo de centauro diestro en el boxeo, empezó a dar bofetadas a diestro y siniestro, con tal fortuna y tal acierto, que a los segundos estaba el tranvía vacío. Algunos se habían tirado por las ventanillas. No aparecían ni conductor ni cobrador. Y a poco más, si no viene un inspector a descongestionar el tráfico, queda interrumpido el servicio tranviario en Madrid. 

Alfonso Comín, Entrevistas literarias, Llibros del Pexe, 1998, págs. 271-272.