miércoles, 29 de junio de 2016

Un perro en el tranvía


Imre Kertész 
(1929-2016)
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YO, OTRO 


Las numerosas señoras ancianas, frágiles y delicadas, que se encuentran en Viena. Estiro la mano, ayudo a una a bajar del tranvía o de la acera. Algunas me lo agradecen, otras me miden con una mirada suspicaz; nunca, sin embargo, con la suspicacia con que me miro a mí mismo. (Pág. 19)



Una pareja: arrimados el uno al otro, temblando de frío en la Schwarzenbergplatz, esperando a horas nocturnas el tranvía de la línea D. (Pág. 21)


Canícula en Budapest. Anoche, un perro en el tranvía, un teckel color canela. Abatido, sentado bajo el asiento, a los pies de su amo. Sus ojos negros llenos de una profunda tristeza se cerraban poco a poco. Dos lágrimas bajaban por su cara canosa. Los golpes de la puerta lo aterraban; se incorporó con dificultad, pero enseguida le ordenaron: ¡siéntate!, y hasta le empujaron el trasero hacia abajo. Obedeció pestañeando apáticamente. En cada uno de sus rasgos traslucía la absoluta futilidad de la existencia y, al mismo tiempo, la paciencia a la que lo obligaba un hechizo… (Pág. 26)


Para mi desgracia me encuentro en el tranvía con Sz., que se ha venido abajo a ojos vistas, por así decirlo, y está hecho un cascajo. Me reconoce. Hace tiempo que no me ve, dice. Menciono, olvidando toda cautela, mi estancia en Múnich. Empieza a enumerar sus recuerdos de Múnich de los años sesenta. Que recogía guijarros en el curso superior del Isar, que recibió sesenta marcos del ayuntamiento, que se compró una herramienta que ha cuidado tanto que hasta el día de hoy ni siquiera ha usado, etcétera, así hasta el infinito. (Pág. 54)


El calor sofocante en el tranvía, los rostros desgastados, dementes o brutales, la joven mujer con la falda subida que «se humedece los labios» coquetamente con la lengua color violeta que parece una sanguijuela hinchada. (Pág. 103)


Por la noche, mientras cruzaba ese apocalipsis llamado Moszkva Tér, oí un fuerte golpe que provenía de los mal iluminados raíles del tranvía. (Pág. 119)


Luego —¿o es que ocurrió antes?—, cuando corro tras el tranvía en Basilea, y el agua me entra por el cuello bajo la ropa y borbotea en mis zapatos. (Pág. 133)

Imre Kertész, Yo, otro. Crónica del cambio. Acantilado, Barcelona, 2002. Traducción de Adan Kovacsics.