Tampoco vendrá, pero a ella no le importa, o no lo sabe, el tranvía de la Sierra que una mujer desdibujada por el paso de los años y la ruina espera al final del paseo de la Bomba, ante un puesto de caramelos y abalorios y pajaritas de papel que ella prepara cada mañana para vender a los viajeros de un tranvía que no existe.
Antonio Muñoz Molina, El Robinson urbano, Silene Fábula, Granada, 1984. Págs. 55-56