lunes, 23 de julio de 2018

Se parece tanto como un tranvía a un huevo


MALCOLM LOWRY
(1909-1957)
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ULTRAMARINA 

Hilliot podía ver los tranvías, los ómnibus, la multitud en el mercado; distinguía las letras del cartel de la Standard Oil Company, SOCONY; y allá arriba, en la montaña, un tren subía con infinita lentitud. (Pág. 30)

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Miró desde la plaza hacia una larga calle. Vio rieles de tranvías y, muy lesjo, dos figuras borrosas que los cruzaban. (Pág. 39) 

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—Sí, el Sapporo Bar, Hilliot. Sigue por donde van los tranvías, es justo después de la Aduana. Te encontraremos allí esta noche. (Pág. 76) 

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Camina sin pensar adónde va. Los tranvías corren frente a las oficinas; las madres con abrigos de piel que huelen a tibieza se ajetrean en el Bon Marché con sus hijos de gorras de escolares; más allá, túneles secretos taladran los lúgubres edificios y el ferrocarril que atruena y un montón de puentes que llevan a la plataforma se prolongan en siniestra y desnuda confusión. Resuenan las campanas de los tranvías. Brutales edificios pugnan hacia el cielo por encima de Dana Hilliot. (Pág. 78) 

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Llegamos a las vías de los tranvías y pronto tres de ellos, atestados, pasaron chillando en rápida sucesión. (Pág. 98)

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—No, muchacho, se parece tanto como un tranvía a un huevo… (Pág. 115)

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Las calles fluían como vehementes canales de luz y los automóviles, los tranvías las atravesaban como enloquecidas barcazas de fuego. (Pág. 118)

Malcolm Lowry, Ultramarina, Monte Ávila Editores, Caracas, 1969. Traducción de Alfonso Llanos