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Mosha era un mal hombre, pero las historias que mi abuelo contaba de él eran muy divertidas.
Había trabajado como conductor de tranvía de una línea que pasaba delante de casa de mi abuelo. Cada vez que veía a algún miembro de la familia en la parada pasaba de largo y les amenazaba con el puño. Por suerte este trabajo no le duró mucho. Una noche, cuando los tranvías habían dejado de circular, se le ocurrió sacar a su novia de paseo por las oscuras y tranquilas calles de Belgrado. Iban a toda velocidad, haciendo sonar la campana constantemente. Despertó a la ciudad entera. Le despidieron.
Una mosca en la sopa. Memorias. Ed. Vaso Roto. Madrid, 2010, Pág. 55. Traducción de Jaime Blasco