domingo, 1 de junio de 2014

Volando sin dirección fija

Dibujo de Dan Potra

Benito Pérez Galdós
(1843-1920) 
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A medida que era más intenso aquel estado letargoso, se me figuraba que iban desapareciendo las casas, las calles, Madrid entero. Por un instante creí que el tranvía corría por lo más profundo de los mares: al través de los vidrios se veían  los cuerpos de cetáceos enormes, los miembros pegajosos de una multitud de pólipos de diversos tamaños. Los peces chicos sacudían sus colas resbaladizas contra los cristales, y algunos miraban adentro con sus grandes y dorados ojos. Crustáceos de formas desconocidas,  grandes moluscos, madréporas, esponjas y una multitud de bívalos grandes y de formas cual nunca yo los había visto, pasaban sin cesar.  El coche iba tirado por no sé qué nadantes monstruosos, cuyos remos, luchando con el agua, sonaban como las paletadas de una hélice, tornillaban la masa líquida, con su infinito voltear.          Esta visión se iba extinguiendo: después parecióme que el coche corría por los aires, volando sin dirección fija y sin que lo agitaran los vientos. Al través de los cristales no se veía nada, más que espacio: las nubes nos envolvían  a veces; una lluvia violenta y repentina tamborileaba en la imperial; de pronto salíamos al espacio puro, inundado de sol, para volver de nuevo a penetrar en el vaporoso seno de celajes inmensos, ya rojos, ya amarillos, tan pronto de ópalo como de amatista, que iban quedándose atrás en nuestra marcha.