Mercè Rodoreda
(1908-1983)
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LA PLAZA DEL DIAMANTE
Y salimos a la Calle Mayor, y yo hacia arriba, y él detrás de mí y los dos deprisa, y, al cabo de los años, aún lo contaba, la Colometa, el día que la conocí en la plaza del Diamente, echó a correr y justo delante de la parada del tranvía, ¡pataplaf! las enaguas por el suelo. (Págs. 22-23)
Y fue mientras contemplaba el mirlo Quimet empezó a hablar del señor Gaudí, a quien su padre le había reconocido el día en el que le aplastó el tranvía, que su padre había sido uno de los que le habían llevado al hospital, pobre señor Gaudí excelente persona, te das cuenta qué muerte más miserable… (Pág. 27)
Cuando nos dijimos adiós con Quimet en la parada del tranvía, oí que Cintet le decía: no sé de dónde las has sacado, tan bonita… Y escuché la risa de Quimet, ja, ja, ja… (Págs. 34-35)
Porque de pequeña había oído decir que te parten. Y siempre había tenido mucho miedo de morir partida. Las mujeres, dicen, mueren partidas… La tarea ya empieza cuando se casan. Y si no las han partido, la comadrona las acaba de partir con cuchillo o a golpes de vidrio de botella y así se quedan para siempre, o desgarradas o cosidas, y por eso las casadas se cansan antes cuando han de estar un rato derechas. Y los señores que lo saben, si el tranvía va demasiado lleno, y hay algunas que están de pie, se levantan y las dejan sentar y, los que no los saben, se quedan sentados. (Pág. 63)
[Mercè Rodoreda, La plaça del Diamant, Club Editor, sisena edició, Barcelona, 1967. Traducción JAC]