HOMBRE:
Volví al parque, ahora iba bien preparado, llevaba conmigo de reclamo una
bombilla grande, la desempolvé, todas las bombillas tienen polvo, ¿no lo sabía?
De nuevo junto a los sauces, en la solana, hice un empalme y conseguí que la
luz fuera, metí la bombilla en un saco, me aparté tras del árbol y el sol entró
despacio, muy despacio. La bombilla cantaba bien y el sol buscaba el calor
tibio en ella. Cuando solo había un bulto de luz, corrí con el saco, tomé un
tranvía al paso, saqué el billete, un billete rosa y no capicúa, al parar cerca
del sanatorio bajé a empujones, traía conmigo el saco, estaba feliz, ni
siquiera me acordaba de cantar. El sol era mío. Abrí el saco en la recepción y
debí de equivocarme, un gato negro saltó huyendo, intenté atraparlo y mire (enseña las manos arañadas).
ENFERMERA:
(Toma gasa y mecánicamente empieza a
curar la mano) ¿Se fijó en el gato?
HOMBRE:
Sí.
ENFERMERA:
¿Le brillaban ojos?
HOMBRE:
Se me clavaron desde un rincón antes de desaparecer.
ENFERMERA:
Muy sencillo, el gato se comió el sol.
[Rafael Pérez Estrada, Edipo aceptado, los sueños, Universidad de Granada, 1972]