Relampaguea, suena el primer
trueno, caen cuatro gotas… han desaparecido los diez taxis en un santiamén, la
heladera se ha escondido en el servicio, los tranvías, asustados, se han
detenido mucho antes de llegar a la plaza […]. Sale, amarillo por completo y
mareado, el sol, pasan ocho tranvías, uno tras otro, se abren solas las puertas
de la iglesia y aparece, rodeada de claridad y montada en bicicleta, una
muchacha que se llama Marta, que tiene quince años, una espléndida melena
húmeda, unos ojos azules y los labios pintados con el carmín más arbitrario […].
Pasa veloz, tocando el timbre, por delante de la pastelería, me hago la ilusión
de que me sonríe, contemplo el espejo, despacho media libra de caramelos y todo
permanece como dos horas antes; los conductores de tranvía toman el vermut en
casa Antonet.
(Correspondència Foix-Obiols.
Barcelona, 1994. Págs. 256-260. Traducción de JAC)
SINGULAR NARRACIÓN
Alejados de la parada, miré hacia
atrás y me di cuenta de que en aquel paraje no existía ningún tipo de
instalación tranviaria: el tranvía, sin ruedas, con la carrocería reventada y
el trole partido, tenía el aspecto de hacer muchísimos años que se pudría sobre
el arenal al embate del tiempo.
(Trossos, marzo de 1918. Traducción JAC)