POEMA A LA EXTRANJERA
I
Ni los arenales ni las
rastrojeras hechizarán el paso de los siglos futuros, donde estuvo la calle pavimentada
para vosotros por una piedra sin memoria —¡oh, piedra inexorable y más verde
que
la sangre verde de las Castillas de vuestra sien de Extranjera!
Una eternidad de hermoso tiempo
esa en las membranas cerradas del silencio, y la casa de madera que navega, por
el hondo abismo, sobre sus anclas, madura un fruto de lámparas de mediodía
para
más tibias incubaciones de nuevos sufrimientos.
Pero los ruinosos tranvías que se
perdieron una noche al doblar una calle, se alejaron sobre raíles hacia el país
de los Atlantes, por las calzadas y por las rampas,
por
las glorietas de los Observatorios invadidos de sargazos.
por
los cuarteles de las aguas corrientes y los zoos frecuentados por gente de
circo, por los barrios de negros y asiáticos que emigraron de alevines, y por
los bellos solsticios verdes de las plazas redondas como atolones
(allí
donde una noche acampó la caballería de los Federales, ¡oh mil cabezas de
hipocampos!)
cantando
el ayer, cantando el siempre, cantaban el mal en su nacimiento, y, sobre dos
notas del Pájaro-gato, el Verano poblado de nuevas Capitales infectadas de
langosta… Y ahora, he ahí, a vuestra puerta, abandonados por la Extranjera,
esos
dos raíles, esos dos raíles —¿de dónde vinieron?— que aún no han dicho su
última palabra.
[Pájaros y otros poemas. Visor, Madrid, 1976. Versión de Manuel Álvarez Ortega. Págs. 53-54]