miércoles, 17 de agosto de 2022

O yendo de un lado a otro en tranvía



César Martín Ortiz 
(1958-2010)
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El joven periodista vestía un traje de algodón crudo de tres piezas, algo arrugado ya, camisa a rayas azules y blancas con puños y cuello postizos, botines blancos. Había dejado el canotier en la percha de árbol de la entrada. Timothy se pasaba el día en la calle o yendo de un lado a otro en tranvía, y por la noche su traje solía tener un aspecto desastroso. Laura se lo planchaba todas las mañanas antes de salir para el trabajo, pero Timothy era uno de esos jóvenes de piernas largas que andan con movimientos sueltos y deportivos y que parecen incapaces de caminar con distinción y sin arrugar la ropa.


Criseida caminaba por una de las calles del centro de la ciudad, no de las más importantes: una calle recta con edificios de ladrillo o de piedra ennegrecida, unos bonitos y otros feos; por cuya calzada circulaban veloces coches y tranvías [...]. Entonces dejó de percibir los ruidos de la calle y pensó que se había quedado sorda y abrió los ojos de nuevo para comprobar cómo los coches y los tranvías continuaban circulando y cómo las personas tosían o hablaban al pasar a su lado [...]. Criseida le ordenó mover los pies. en la acera de la ciudad, una mujer se llevó las manos a la cabeza y gritó horrorizada cuando vio a aquella chica negra, bella y esbelta como una modelo, caminar con pasos maquinales de sonámbula hasta salir de la acera y colocarse en la trayectoria del tranvía.


En la estación de la ciudad alemana compraba un diario, tomaba un tranvía que le llevaba a los últimos arrabales y a partir de allí continuaba a pie.


Se le había hecho raro estar de vuelta en Dresden a primera hora de la tarde nachmittags, con quién hablaré ahora en alemán comiendo una pastilla de regaliz mentolado de las de Eva en el tranvía. 
 
 
[César Martín Ortiz, Necroesfera, Baile del Sol, Tenerife, 2018. Pág. 50, 167, 168, 170, 248, 277]